Cómo no apoyar una forma de vida que nos anuncia el fin de la dejación señorial, donde todas las personas íbamos a ser iguales. El poder del dinero se sobreponía al poder de la justicia, vivíamos en un mundo campesino y rural, en el cual seguían existiendo señores y siervos, no escrito en los papeles, pero si escrito en la realidad cotidiana de cada día de nuestra existencia. Mujeres y hombres, todos seríamos iguales y libres, pertenecientes a una misma sociedad, a una misma circunstancia histórica y cultural. Nosotros éramos personas jóvenes, con todo un futuro por delante, y con el derecho y el deber de hacer cambiar la sociedad en la que crecimos. Si habíamos conseguido, mediante la soberanía del pueblo, imponer la II República, y acabar así con toda la desfachatez de nuestra monarquía, también podríamos conseguir establecer a nivel real y práctico las diferentes ideas sociales acordes con los nuevos tiempos. Se suponía que ya no éramos siervos de nadie, se suponía que teníamos unos sindicatos que nos protegían de los abusos del poder caciquil, se suponía que la educación y la sanidad serían públicas, se suponía que la acumulación del poder adquisitivo de la Iglesia, sobre todo en mi pueblo, se iba a acabar. Tanto se suponía, tanta era la ilusión y la necesidad, que muchos, por el ímpetu de hacerlo ahora y ya, sobrepasaron los límites. Aquello que tanto defendíamos: la libertad, la justicia, en definitiva, la dignidad de un pueblo; todo se derrumbó, no se cómo, ni cuando comenzó el principio del fin. Nadie nunca antes se podría haber imaginado todo lo que ocurriría a continuación.........
